quien anticipó
que el mundo
debe tomarse
en su justa medida.
Uno no puede
tomarse nada de valor
siguiendo los
márgenesde un límite pactado.
Los atardeceres tienen que inyectarse en vena
con la precisión quirúrgica
de un matemático
(que sepa más de letras).
Las noches,
con sus días,
las idas y venidas
de cualquier viaje.
Los besos,
y los abrazos,
y todos los pasos
que faltan por dar.
La luz de un faro que mira al infinito
de un mar
recién amanecido;
los ojos dibujando cielos
donde nunca hay nubes
y siempre se puede volar.
El viento,
las prisas,
el sol de verano
que apacigua un invierno recurrente.
Dos manos que se agarran
con la furia de una tormenta;
unos dedos que acarician
y que lloran
y que siempre dicen la verdad.
El sorbo de café por las mañanas,
que despereza las sábanas
ancladas en la piel;
el chirrido del tren
que llega avisando
y se va.
Las historias de héroes
que nunca terminan mal;
las canciones
que hablan de amores
que ya se han olvidado.
Los días,
los años,
y todos los veranos
que caben en un invierno
que vino anticipado,
y se hizo primavera.
Quien dijo
que hay que tomarse todo
en su justa medida,
se pasó media vida
muerto.
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Lo que se pierde en bolsillos agujereados.
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