que el mundo
puede ser pequeño como una canica.
La misma que lanzaba mi yo de antes,
con 6 años y los bolsillos rotos.
Con parches
en los pantalones
y ninguna lágrima de verdad
en los ojos.
Que la mejor canción de cuna es un beso,
que llega apurando el último sorbo de día
y nos lo deja prestado.
Que los pasos
dependen más de quien nos acompaña
que del camino.
Que las noches pueden tener más luz
que una mañana de verano.
Tarde o temprano,
he aprendido que el mundo es una jaula de contradicciones.
Que el sol es recurrente
y que los otoños pueden venir anticipados.
Que todo cae
llora
y araña
si se recuerda a deshora.
Y que hay rosas
que crecen en planetas
(no tan lejanos).
Que a veces hay más azul que gris
(aunque nos empeñemos en no verlo).
Que quien te quita el aliento,
puede también devolverte la vida.
Y así,
he
aprendidoque lo mejor es olvidarse de las lecciones
y dedicarse a vivir.
Lo único que nos permiten aquí
es irnos con una sonrisa
mientras otros murmuran
“oye, pues esa fue feliz”.
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