cuando el calor arropaba la ciudad dormida,
me he levantado
de puntillas
sin hacer ruido
sin poder dormir.
Había un enjambre de monstruos
colándose entre mis ojos;zurciendo una red que lo pescaba todo
menos los sueños.
Y volaban,
atravesando la habitación,
cruzando la ventana,
ululando palabras indescifrables
que no decían nada.
Me has descubierto
escondida en una grieta de la persiana,espantando las nubes
que sólo me llovían a mí.
Y mientras me abrazabas,
sosegando un latido descontrolado,
me has mirado
y me has aclarado la vista por fin.
No eran monstruos lo que volaba;
eran pájaros de coloresque piaban entre las flores
que solamente veíamos tú y yo.
Cuando me preguntas qué haces por mí,
ése es el sentido último de todo.Has convertido mis demonios
en pájaros salvajes.
Has abierto la jaula
entre mis ojos,
y les has convencido de su libertad.
Y ahora
hasta el peor monstruo se esconde detrás del armario
cuando les ve llegar.
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El suspiro rojo de los atardeceres.
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